En unas líneas voy a recordar la hermosa época donde se obtuvo la concesión y comenzó el desarrollo del Predio de Saavedra cuando tuve el honor de ser presidente del Club Manuel Belgrano, entre los años 1991 y 1997.
En ese entonces, el Club Manuel Belgrano estaba compuesto por un número de socios, casi en su totalidad alumnos del Colegio Manuel Belgrano, que desde el inicio de la Institución, integraban los diferentes equipos guiados por el espíritu Marista que los hermanos inculcaban en sus aulas.
Todo era muy diferente a lo que conocemos hoy ya que el Club no tenía una sede deportiva sino que se materializaba, cada martes y jueves, en los entrenamientos en Carupá, con sus jugadores, sus equipos de los sábados, con sus entrenadores, dirigentes, la pequeña administración sobre la calle Cuba frente al Colegio y el pizarrón que indicaba cuáles eran las actividades del fin de semana.
Con el anhelo de tener un lugar físico propio donde desarrollarnos y ante la necesidad de evitar que nuestros jugadores siguieran trasladándose hasta Carupá por las noches para entrenar, me puse como meta la búsqueda de un predio.
En una primera instancia, hasta que lo conseguimos, los planteles entrenaron durante unos meses, en un campo que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires nos facilitó en el barrio de Colegiales.
Finalmente, logramos la concesión del predio de Crisólogo Larralde, que fue sin duda el primer acto fundacional de esta nueva etapa del Club Manuel Belgrano.
Fue un desafío lleno de esfuerzos de todos quienes formábamos parte de esa Comisión que tuve el orgullo de presidir.
El Predio era un terreno abandonado, por lo que se necesitó de múltiples acciones y obras para adaptar ese campo para la práctica deportiva. Aún recordamos con emoción la famosa “juntada de piedras” para limpiar el terreno de “nuestro predio”. Los jugadores hacían una especie de cadena humana donde barría toda la superficie del Predio y se recolectaron las piedras para luego terminar la jornada con una gran choriceada donde participaban todas las familias que habían venido a colaborar. Seguimos con la colocación de los alambrados, las “haches”, las torres de iluminación y el emplazamiento de los pintorescos vagones, conseguidos a partir de la gestión del Hermano Aldo Gamalero y que para trasladarlos se tuvieron que cortar tendidos de electricidad de calles por lo voluminoso de los camiones que los trasladaban. En un primer momento sirvieron de vestuario y de confitería mientras paralelamente construíamos con mucho esfuerzo el primer módulo de vestuarios y el primer piso, que al igual que hoy, sirve de sala de reunión para jugadores, entrenadores y Comisión Directiva.
Hasta tuvimos que asignarle el número de entrada por Crisólogo Larralde. La altura era el 5200… La nota de color es que para completar la numeración surgió el 55 (el gallego en la quiniela) en honor a uno de nuestros miembros de CD, el gallego Pelayo González y así quedó la numeración 5255 que hoy todos conocemos.
El cambio de lugar para entrenar mejoró las posibilidades para que se ampliara el espectro de jugadores de rugby y hockey, abriéndose el Club para quienes no eran alumnos del Colegio e incorporando gente del barrio y sus alrededores, los que hoy conforman casi la mitad de nuestros socios.
Hoy, a casi veinticinco años de esa gestión, veo con orgullo y satisfacción como mis nietos se entrenan en el Predio, que tras años de trabajo arduo, se concretó gracias al esfuerzo y apoyo de toda la comunidad del Club Manuel Belgrano.
A los Hermanos Maristas, dirigentes, entrenadores, padres y jugadores del Club Manuel Belgrano les envío un fraternal saludo y mi más cálido agradecimiento.